LA ENFERMEDAD DE LA PRISA
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Jesús Jiménez Labán (*)
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El tiempo se acorta cada vez más en un mundo que se ve atenazado por las presiones de la velocidad, la innovación y la necesidad de hacer las cosas en menos tiempo, signos distintivos de la globalización y la sociedad de la información.
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El tiempo es demasiado corto para hacer todo en una vida, algo que obliga a estar en movimiento y en cambio continuo durante las 24 horas/7 días/365 días del año. Por ello es cada vez más frecuente ver en muchos países que salones de belleza, gimnasios, supermercados y cadenas de minoristas, funcionan todo el día.
El tiempo es demasiado corto para hacer todo en una vida, algo que obliga a estar en movimiento y en cambio continuo durante las 24 horas/7 días/365 días del año. Por ello es cada vez más frecuente ver en muchos países que salones de belleza, gimnasios, supermercados y cadenas de minoristas, funcionan todo el día.
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La velocidad con que el hombre promedio atendía y resolvía los problemas de cada día en el siglo XX ya no es la misma que se exige al ciudadano global del siglo XXI.
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La velocidad con que el hombre promedio atendía y resolvía los problemas de cada día en el siglo XX ya no es la misma que se exige al ciudadano global del siglo XXI.
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La historia se repite. En la edad media no existía noción del tiempo porque pertenecía sólo a Dios y a nadie más que Él. Con la revolución industrial vinieron al mundo los horarios, las cadenas de montaje, la producción en serie, la masificación de las mercancías. Sin horarios era imposible calcular los salarios de los empleados y obreros, cosa nueva que aparece en la Revolución Industrial de mediados del siglo XIX.
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Lo mismo pasaba con el dinero. Antes del invento de la máquina industrial, gran parte del planeta vivía del trueque. Estaba prohibida, como ahora, la usura, vender dinero por un interés; por eso, el anatocismo[1] fue condenado. Se nota la diferencia porque en la economía virtual los pagos del dinero se empiezan a hacer con un “chip” injertado en una parte del cuerpo humano (un dedo meñique, por ejemplo), las grandes cadenas de tiendas crearán sus propias monedas y la intangibilidad –dinero electrónico de la banca 2.0- se apoderará de los mercados.
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Volvamos a nuestra realidad. Hay dos fenómenos en el mundo que se presentan nítidamente. De un lado, el dinero se transforma en códigos digitales –paradinero- dejando espacio al retorno del trueque, tal como lo muestran las tecnologías emergentes en países del Asia Pacífico. De otro lado, el sentido del tiempo es otro, algo que nos aleja del viejo dicho “el tiempo es oro”.
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Como dijimos al inicio, el tiempo se acorta. Empezamos a sufrir “la enfermedad de la prisa”, queremos las cosas para “ayer”. Y es que las ideas más luminosas son reemplazadas por otras en poquísimo tiempo, lo cual influye en la vigencia de los paradigmas empresariales. A más velocidad de ideas –característica de la sociedad del conocimiento-, las modas cambian más rápido, la gente exige las cosas en menos tiempo, lo cual explica el nacimiento de nuevos formatos en la sociedad, cultura, negocios y entretenimiento.
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Ya en Brasilia, Berlín, Bombay, Tokio es posible ver micronovelas con argumentos de 350 palabras en teléfonos móviles, ceremonias matrimoniales de siete minutos y empresas descartables con duración de 12 meses y “ligues” rápidos para hacer negocios.
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La reingeniería, la inteligencia emocional, la gestión del conocimiento y los que vienen, son paradigmas que tienden a durar menos tiempo. Claro, aunque no siempre resulte práctico, todos quieren hacer sus cosas en simultáneo para ganarle tiempo al día y dejar de lado las actividades secuenciales. Lo que es una novedad ahora mismo está fuera de onda mañana en mucho menos tiempo que antes.
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La administración del tiempo es una prioridad y el uso de las tecnologías de información, un blindaje para generar productividad y no perder competitividad. Trabajar en equipo, hacer que dos o más cerebros piensen para generar nuevas ideas y aportar valor a nuestras vidas es imprescindible si no queremos caer en un simple espejismo de desarrollo. El conocimiento –ya no sólo el tiempo- es oro.
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