JESUS JIMENEZ LABAN
Asistimos a una nueva época, la era de la prisa. Es el tiempo también de los contenidos y del conocimiento que nos hace ver que quien no tiene experiencia, no existe. Muchos desayunan con las noticias CNN, el periódico The Wall Street Journal o las noticias ampliadas de la radio sobre la próxima caída de la bolsa, las cuentas dudosas de las empresas o el relajo de la seguridad, una característica de la economía del conocimiento, las telecomunicaciones y las tecnologías de información y comunicación, los rieles o las superautopistas de la globalización.
Pero, en medio de estas labores, hay una sentencia para todos: “¡INNOVAR, o MORIR!”. Tenemos que correr no a la velocidad de los caballos sino a mil por hora, a la velocidad del las redes sociales para no ser desplazados por el mercado.
En esta batalla por llegar primeros al conocimiento nuevo y siendo la globalización un fenómeno eminentemente financiero, tecnológico, cultural la gente quisiera que le coloquen un chip en la cabeza para estar al día en las nuevas calificaciones crediticias, los cambios de las tasas de interés, la revaluación o depreciación de las monedas, las ganancias de las acciones o la quiebra de nuevas empresas. No cabe duda, el mundo se está volviendo más veloz y cada vez más interdependiente. Tanto que cuando un mercado financiero se agripa en un continente, todos los demás estornudan. Es el momento de la rapidez y de la vida virtual, la “second life”. De manera que quien no llega a tiempo, no asimila el paso de la escrituralidad a la virtualidad, pierde el tren del progreso y de la prosperidad.
Abundan los casos en los que unos suben por el ascensor mientras que otros todavía lo hacen por las escaleras. Estos últimos son los condenados a quedar rezagados como seres no digitales que se hundieron en la brecha del nuevo analfabetismo, el no tener acceso a la red, internet, aplicaciones. Y esto es cierto tanto para personas y empresas como para los Estados.
La empresa privada está creciendo demasiado rápido y se está modernizando, pero esto no guarda sincronía con un estado que sigue anquilosado –casi esclerótico- en los primeros años del siglo XX, salvo raras y honrosas excepciones. Es usual echarle la culpa a la burocracia, pero ésta en sí no es mala. Lo que pasa es que su sistema está envejecido y ya no aguanta más. Hay quienes sostienen que costaría menos poner en marcha una nueva que clausurar una vieja. Y es que lo se quiere es migrar del "grupo de proyecto" al "trabajo en equipo", el paso del sueño a la acción como transición fundamental a crear una nueva estructura de cara al mundo moderno.
Entonces tenemos aquí un tremendo problema de sincronismo, un desfase en el tiempo entre la economía, el Estado que no funciona y una sociedad sin igualdad de oportunidades por razones distribución de recursos, calidad de educación o de asimetría en el acceso a la información, lo cual supone formación, capacitacion y entrenamiento del recurso humano en función de lo que demanda la globalización y la sociedad de la información. Lo que está por ocurrir en el Perú es, como se ha dicho aquí, el paso del muslo a la inteligencia, siempre y cuando haya voluntad de cambiar las cosas.
Paradójicamente, la gente que está involucrada en el problema y que probablemente puede ser parte de la solución, no tiene tiempo para detenerse y pensar en estos detalles. Es cierto que existen profesionales que han cambiado su modo de trabajar, pero la ley, las estructuras y los procesos siguen siendo lentos. Por eso, el reto de los próximos años es hacer a un lado un montón de chatarra y poner a caminar a todos al mismo ritmo y velocidad pero al mismo tiempo colocar filtros para no terminar sobornando a la gente para que trabaje como ha pasado en economías planificadas. A más acceso a la información, más transparencia y por ello mismo más profundización de la democracia.
Entonces, lo que aquí en el Perú falta es un equilibrio entre sincronización y desincronización. Es el mismo problema –aunque en otras proporciones- que tienen las grandes potencias Estados Unidos, China, Japón, Reino Unido y la Unión Europea, pese a su crecimiento y desarrollo. La fórmula es simple, pero su implementación compleja. La urgencia es tener una economía de avanzada, pero se necesita una sociedad de avanzada.
Lo que está fallando en el Perú es lo segundo y remedios efectivos para el corto, mediano y largo plazo son la educación, volver veloces las estructuras políticas en sincronía con la economía del conocimiento y construir un país competitivo con más centros de innovación e impulso a la ciencia y la tecnología. Empecemos por romper las estructuras obsoletas y carentes de objetivos.
Si alguien preguntara ¿qué tan bien está Perú cuando tiene que moverse al ritmo de las potencias industriales? Para nadie es un secreto que la respuesta sería que el Perú es lento –todavía muy lento- de cara al resto del mundo post industrial. Y es que el país todavía no corre mucho sino camina algo lento y muchos casos todavía renquea, pero eso no es lo ideal a la altura de un mundo global. De manera que no nos engañemos cuando solamente hablamos de una economía sólida, buena acumulación de reservas, déficit fiscal, Inflación, deuda externa bajo control y estabilidad cambiaria. Como decía el poeta César Vallejo, “…hay todavía mucho por hacer”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario