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sábado, 2 de julio de 2011

LOS INTERESES DEL PERU

QUE EL BIENESTAR ILUMINE A TODOS


JESUS JIMENEZ LABAN

A mediados de la década de los años 20 del siglo pasado, el insigne poeta César Vallejo escribía en sus artículos –documentos recién publicados- acerca del Perú como una nación en formación, de un país que ingresa a un periodo de paz constructiva –después de un inicio republicano marcado por los golpes de estado y las guerras civiles. Vallejo hablaba de un país viable hacia la modernidad, visión que años después compartiría el ilustre educador Jorge Basadre como una tierra de posibilidades y de futuro. Es más, invocaba a los peruanos a no perder la esperanza.

Pero en la misma medida, Basadre -valorado y respetado intelectual- hablaba de los causantes del atraso como país. A su modo de ver, los retardatarios –los ideólogos que creen tener sólo ellos la razón-, los incendiarios –los que le complican la vida a la nación con actitudes desestabilizadoras- y los podridos –clara alusión a los corruptos- el gran tumor contra lo que requiere hundir el bisturí, pero con eficiencia -en poco tiempo- y eficacia –en función de los sagrados intereses del Perú.

Ya en tiempos de globalización se vislumbra desde los cielos un gigantesco manto verde de agroindustria en nuestra costa, un tremendo potencial aprovechado para la agricultura orgánica en nuestra sierra y una riqueza biológica en nuestra selva –como nunca antes se ha visto en el Perú, incluso con los minerales-, a partir de la biotecnología, las patentes medicinales y la bioeconomía. Qué duda cabe, el Perú es una patria grande y promisoria –la tierra de nuestros vivos y de nuestros muertos- que debe profundizar los esfuerzos hacia un entendimiento nacional, teniendo en cuenta su naturaleza pluricultural, multiétnica y biodiversa.

Cualquiera fuere el resultado de esta noble misión, no puede subestimar el efecto perverso de la corrupción en el crecimiento y el desarrollo de los pueblos. El momento no es para discursos bonitos y mediáticos alejados de los retos enormes que plantea el mundo global y la brecha digital. El país reclama actitud reflexiva, autocrítica y acción para cumplir la palabra dicha, poniendo énfasis en la extirpación de las impurezas –narcotráfico, terrorismo y delincuencia- que contaminan el tejido democrático y alejan al país de su visión de país industrializado e incorporado al G-20.

Como apuntan varios analistas, no queda duda que las inversiones ha mejorado la situación del país, trayendo consigo modernidad, amplificando la clase media, dando oportunidades de empleo y un nuevo derecho a partir de los acuerdos de promoción comercial, pero siguen rampantes la corrupción, la informalidad, la falta de cohesión social y la pobreza en muchos centros poblados del Perú. Con miras al bicentenario –que muchos preparan con entusiasmo 2.0- el gran reto es que el bienestar ilumine a todos.

No se trata solamente de que los recursos del Estado vaya únicamente hacia los más pobres sino de hacer esfuerzos visibles por reducir la injusticia y la desigualdad en un país altamente inequitativo, reflejo de lo ocurre en América Latina en su conjunto. De manera que en la medida que se despliega energías hercúleas para disminuir los índices de atraso en calidad de vida, salud, educación, energía, seguridad y brecha digital, la nueva expresión de la pobreza junto al analfabetismo digital, se tenga en cuenta un sentido de equidad y justicia.

Ha llegado la hora de la responsabilidad que reclama con sentido de urgencia la realidad política económica y social del país, vale decir, mantener el rumbo con un déficit fiscal a raya, sin problemas de deuda externa ni bombas de tiempo para el futuro.

Para hacer grandes reformas se necesitan los primeros 100 o 1000 días de un gobierno. El primer tramo es crucial. En la hora actual, la responsabilidad aconsejaría no hacer anuncios soñadores sino promesas realistas para poder pasar de un mundo subdesarrollado a la liga de los grandes, de los países industrializados. La democracia exige ahora renunciamiento por el bien común.

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