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viernes, 27 de noviembre de 2009

LA CRISIS COMO OPORTUNIDAD

Jesus Jimenez Laban
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En 1957 Robert Solow, premio Nobel de Economía, demostró que el capital y el trabajo sólo tienen que ver con la mitad del crecimiento. Entonces, ¿dónde está la otra mitad?
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De hecho, el resto está en la innovación, un área en la que el Perú debe jugar con ventaja desde ahora siguiendo los casos exitosos de otros países. Al igual que la economía, la velocidad a la que crece una empresa no depende en gran parte del dinero que se invierte ni de las horas de trabajo que se dedican.
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Hasta ahora no se ha inventado nada mejor que el cambio continuo. Lo que le amarga el sabor a una empresa es caer en la rutina, la enemiga de la innovación. Las épocas realmente dinámicas de la historia son aquellas en las que hay mucha gente común y corriente que piensa que tiene una oportunidad de cambiar las cosas[1]. Por eso, una empresa que no conversa, está enferma porque no hay flujo de ideas. Es el cambio lo que menos gusta a la gente que se acostumbra a los entornos manejables y predecibles.
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La madurez de una empresa es estar siempre lista para el cambio. Quienes no están a tono con el cambio continuo son aquellos que terminan resistiéndose al él. De este modo, el cambio cuesta, especialmente cuando hay menos recursos y escasez de talento humano, el más valioso capital intelectual de una organización. Por ello, la tarea continua es identificar, captar y retener a los talentos.
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Todas las empresas que han sido sometidas a un exigente test de excelencia, concluyen en que el secreto del éxito es trabajar duro. Pero no se trata de derrochar energías en algo que no va a funcionar sino de concentrarlas en aquello que vale la pena. Esto es, en cierto modo, aprender a trabajar inteligentemente, siempre y cuando haya una voluntad férrea de que “lo que se empieza, se termina”. Para lograrlo no sólo es necesario trazarse metas realistas –viables y posibles[2]- sino escuchar ideas nuevas que perfeccionen las originales.
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De la misma manera que es altamente apreciado un trabajador que ahorra dinero, hace las cosas en menos tiempo y genera valor con calidad, en la misma dimensión es apreciable un gerente que protege sus costos con el uso de la tecnología que, en esencia, permite hacer mejor las cosas que normalmente se hacen[3].
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Es cierto aquello que las grandes fortunas se hacen en tiempos de crisis, no de bonanza económica. Pero esto tiene una explicación. Y es que en una situación económica delicada hay aversión al riesgo –la gente no invierte- y el dinero se vuelve cobarde –va adonde tenga mejor refugio. Una crisis elimina competencia porque desanima al inversionista, vuelve cauteloso al empresario y calculador al consumidor. Hay menos gente que piensa hacer lo que otro quiere.
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Entonces, la clave está en crear convicción en el que invierte, hace negocios y consume. Triunfan, vale decir, convierten la crisis en una oportunidad aquellos que presentan soluciones, que ahorran dinero y dan salidas o escapes a los apuros económicos. Esto es no ofrecer más de lo mismo, presentar algo más.
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La innovación es uno de los factores que impulsan el crecimiento. El mandato de los tiempos es no gastar pólvora en gallinazo, es decir, no monetizar algo que no tiene valor porque nadie lo va a comprar, de manera que todas las energías de la empresa debe estar concentradas en crear valor[4] para que se mantenga siempre lustrosa y moderna.
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[1] Justin Lahart “La crisis resucita los inventos”, The Wall Street Journal, 2009
[2] Karin Silvina Hiebaum, Cual es el origen de un líder 2006
[3] Bernardo Hernández, director de Marketing del producto de Google, 2009
[4] Profesor RAJIV LAL, “Nuevo Modelo Educativo”, de la Universidad de Standford,

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